La muerte de dos periodistas
Hubert Solano Quirós Periodista | Martes 10 de Marzo, 2015El primer balazo, le destrozó la rodilla izquierda. En medio del fuerte dolor y al verse sangrante, procedió a rendirse. Tiró lejos de sí su arma. Era la mañana del viernes 15 de marzo de 1918, hace 97 años.
Lentamente, el sicario fue acercándose. Desenfundó su revólver y...
-¡Si me matas, sos un cobarde! Le increpó el herido.
El coronel Patrocinio Araya no le contestó. Accionó su arma. La bala atravesó la garganta de la víctima. De nuevo, apretó el gatillo, por segunda, tercera y cuarta vez.
Los impactos hicieron saltar al cuerpo. Dos balas se alojaron en el cráneo y otra en el cuello.Tras cerciorarse de que lo había matado, Patrocinio movió con el pie a su víctima, desenvainó su machete y procedió a cortarle un mechón de cabellos - trofeo de guerra- que dijo pedirle un alto miembro de la sociedad costarricense: don Enrique Clare, quien posteriormente lo negara.
-¡Al fin caíste en mis manos, hijo de...! Exclamó el militar.
Así terminaron los días del periodista Rogelio Fernández Güell, a los 35 años de edad y miembro de una de las más conocidas familias de Costa Rica. Fernández Güell fue asesinado a sangre fría, hace 97 años (1918), en las cercanías del pueblo de Buenos Aires, zona Pacífico sur de Costa Rica. Cuatro de sus compañeros, también fueron asesinados en ese sitio. Uno más, cayó gravemente herido y un baqueano, fue hecho prisionero.
La fatal orden de captura que tenía el Coronel Patrocinio Araya, de parte del régimen del General Federico Tinoco, que imperó en Costa Rica entre1917-19, era muy clara:
-¡Captúrelos a como haya lugar!
De esa forma, se cerró el intento de revolución que este grupo había lanzado desde Santa Ana, San José, el 22 de febrero de 1918 para tratar de derrocar el régimen dictatorial de Federico Tinoco.
Luego huyeron hacia el sur por las montañas buscando llegar hasta David, Panamá, porque en esa ciudad estaba otro comando de costarricenses, organizando una invasión contra el dictador.
Al cruzar por San Isidro del General, los seis fugitivos rescataron de la cárcel al poeta cartaginés Carlos Sancho, también conspirador contra Tinoco. Sancho había sido capturado en las inmediaciones de Playa Dominical, poco después del zarpe de una lancha rumbo a Panamá, llevando clandestinamente a otros revolucionarios.
En la huida hacia el sur, Fernández y sus rebeldes pasaron la última noche en la vega del río Ceibo, en las inmediaciones de Buenos Aires. A la mañana siguiente estaban comiendo sandias, cuando varios vecinos los descubrieron y fueron a dar aviso a la tropa gobiernista, integrada por 50 soldados. Desde Puntarenas, por lanchas fueron enviados hasta la zona sur del país para cerrar el paso a Fernández y sus hombres.
Emboscada
Los siete rebeldes vieron venir por un trillo a dos hombres armados. Uno de los sublevados, Salvador Jiménez, les salió al paso, los encañonó y les quitó las armas. En ese instante –sorpresivamente- se escuchó una detonación y Jiménez rodó por el suelo, llevándose las manos al pecho. De entre los matorrales, comenzaron a salir realizando disparos los soldados tinoquistas.
Viéndose perdido, otro de los revolucionarios, Joaquín Porras, colocó su pañuelo blanco en el cañón de su arma y lo levantó en señal de rendición. De respuesta tuvo una descarga de fusilería.
Uno de los cabecillas de los soldados, Yayo Rodríguez, llegó hasta Porras y, a boca de jarro, de un balazo le destrozó la mandíbula. Balbuceando, con una asfixiante masa de dientes, huesos y sangre, Porras suplicó que lo mataran y ahí mismo lo acribillaron.
Los insurrectos Carlos Sancho, Jeremías Garbanzo y Ricardo Rivera intentaron esconderse en el bosque, pero fueron capturados vivos. Sin embargo, cuando los llevaban a donde estaba el grueso de la tropa, apareció el oficial Camilo Quirós con un grupo de soldados y los asesinaron. Solo dejaron de disparar hasta que les saltó la masa encefálica.
El sétimo hombre del grupo revolucionario era el guía Aureliano Gutiérrez, quien fue hecho prisionero. Tanto a Gutiérrez, como al herido Salvador Jiménez, los iban a fusilar. Los salvó la intervención del alemán Federico Maubach, sacerdote destacado en Buenos Aires. El cura pidió clemencia para ambos.
Los cinco cadáveres, el herido y el prisionero fueron llevados al centro del poblado de Buenos Aires. Los vecinos pudieron ver que algunos bolsillos de los muertos estaban al revés, en clara señal de que habían sido despojados de sus pertenencias.
Prensa valiente
En San José, el diario oficial del gobierno se apresuró a dar la noticia de que Fernández y sus hombres habían perdido la vida al enfrentarse a balazos contra la tropa del Coronel Araya. La prensa oficialista ocultó la versión exacta del suceso y presentó todo como un combate abierto entre los dos bandos.
Posteriormente, los detalles de la verdad sobre masacre en Buenos Aires fue denunciada en el periódico el Star and Herald, de David, Panamá.
Hasta la ciudad de David había llegado Marcelino García Flamenco, de nacionalidad salvadoreña y humilde maestro de Buenos Aires. A Marcelino García Flamenco correspondió el histórico papel de ser el corresponsal de prensa de dicha matanza.
Dado que en Costa Rica, en ese entonces, era imposible para García escribir lo que verdaderamente habían sucedido en Buenos Aires, se fue hacia Panamá para poder denunciar la matanza.
Cuando el maestro García comenzó a hacer las primeras indagaciones del tiroteo que había escuchado, a eso de las 8 de la mañana, cerca de su escuela, el Coronel Patrocinio Araya trató de impedirle la labor de prensa.
Luego, permitió que García cumpliera con esa misión, diciéndole con jactancia que lo mejor era publicar todo para que se convirtiera en un ejemplo, para todos los costarricenses, de lo que podía sucederle a cualquier otro que intentara algo contra el régimen de Tinoco.
- Con una mezcla de disgusto, saña y cínica satisfacción, me contestó:
-Sí, yo lo maté con mi propio puño; estoy satisfecho.
-¿Con el rifle Máuser? Le pregunté.
- No, -respondió- con mi revólver; yo no llevo máuser...
Y agregó:
-A esa gente yo no podía llevarla viva- maestro- tenía órdenes expresas, escribió García.
El precio de la verdad
Hasta que las noticias del Star and Herald de David, Panamá, llegaron a San José, fue que se pudo saber la verdad de lo que había pasado aquel 15 de marzo de 1918. Desde entonces, aumentó la indignación contra Tinoco, hasta que el régimen cayó en 1919.
Sin saberlo, con su crónica periodística, García Flamenco había sellado también su sentencia de muerte. De Panamá él se trasladó a Nicaragua para participar con un grupo de seguidores de la causa del difunto Fernández Güell, mediante una invasión a Costa Rica.
García fue capturado por las tropas de Tinoco y lo quemaron vivo en La Cruz, Guanacaste, cerca de la frontera norte. Así, fueron enviados a la tumba dos mártires de la prensa de Costa Rica, asesinados por un dictador.
Detalles de estos históricos casos, poco recordados o ignorados por los costarricenses, destacan en los excelentes textos de don Eduardo Oconitrillo, titulados “Los Tinoco” y “Un Dictador en el Exilio”.
De Fernández Güell hoy prácticamente nadie sabe que con su nombre fue bautizada la Avenida Central de San José. También el auditorio del Colegio de Periodistas de Costa Rica lleva su nombre.
Por otra parte, solo un grupo de niños conoce que el nombre de su escuela en el área sur de capital de San José es García Flamenco. De esta forma, casi un siglo después, se recuerdan los nombres de estos dos mártires de la democracia y de la prensa en Costa Rica.
¡Que descansen en paz!