Primera Plana
Cultura


Cuando se quiere se puede (I Parte)

Lilliam Loría Montero Especial para Primera Plana | Miércoles 1 de Octubre, 2014

El olor fresco de la madrugada mezclado con el humo del fogón y el aroma del café, anunciaba un nuevo día para la familia Montes de Oro Valle. El canto alegre e insistente de los gallos daba a entender que no había otra opción más que dejar la cama y cada quien a sus tareas.

-Apúrese Aurora, ya sabe que le toca ordeñar la vaca, y uste Albairis no se haga la lerda pa que me ayude con la ropa, hay que lavar tempranito porque estos aguaceros de ahora no avisan. Decía la madre, mientras tiraba el maíz que se tragaban las gallinas en un dos por tres.

-¿Qué pasa con Tomás que no le veo? ya es tarde y hay que ir a cortar unos palos a la montaña y que no crea que se va a quedar haciendo trabajitos de mujeres, no señora, déjese de alcahueterías. -¿Lo levanta usted o prefiere que lo haga yo? Gritaba Anselmo desde el patio mientras afilaba el hacha.

-Ya va usté levantando falsos, no ve que lo mandé a la quebrada a traer agua, así me quedan los tarros llenos y no les toca ese trabajo a la chiquillas, ese camino es muy solo y uno nunca sabe si de pronto les sale uno de esos atarantaos. Decía Flora, mientras pelaba unas yucas que junto con los frijoles frescos y el arroz, serían el almuerzo. Claro con leche hervida que no podía faltar.

Flora había logrado llegar hasta el tercer año de la escuela, no era mucho, pero suficiente para aprender a leer y a garabatear su firma. Por su parte Anselmo nunca fue a la escuela, era sano, fuerte y no tomaba licor, cosa rara por esos lados. Su ignorancia y un poco la forma en que lo crearon lo hacía ser bocón y engreído, pero en el fondo era bonachón, aunque exigente y terco. Características que encajaban a la perfección con lo trabajadora, alegre, fuerte, emprendedora, buena y paciente que era Flora. Después de todo hacían buena pareja.

-Yo no tuve estudios, pero tengo salú, mantengo la casa y aunque usté se las tire de estudiada solo porque entiende lo que dicen los mugrosos periódicos, no crea que soy un baboso. Además, ¿de qué le sirve el estudio a una mujer si en la casa mandamos los hombres? Le decía desafiante de vez en cuando Anselmo a su mujer.

-En la casa mandará él, pero bastante que le ha servido que le lea las instrucciones pa´ dale los remedios a la vaquilla. De fijo si no fuera por mí ya la habría matao. Murmuraba Flora a media voz en la cocina.

-¿Qué es lo que está diciendo mujer, otra vez contestando entre dientes?
-No hombre, que por lo menos de algo nos sirve lo poquillo que estudié. Pero vea Anselmo, a los chiquillos no les va a pasar lo mismo, ellos van a estudiar porque yo los voy a ayudar aunque sea lavando ajeno y cuidando chanchos, y si usted lo quiere impedir tendrá que pasar sobre mi cadáver.

Cuando Flora terminó de hablar, Anselmo ya iba cruzando el patio con Tomás, se dirigían a la montaña y aunque pretendía no haber oído nada, a media mañana las palabras de Flora resonaban más que los fuertes árboles que uno a uno tumbaba.

La mayor parte del día Flora la pasaba acompañada con sus propios pensamientos. ¡Cuántas veces se dejó acariciar por el deseo de tener un poquito de la vida que narraban aquellas novelas! Gracias al viejo radio de transistores que el mismo Anselmo le había regalado, podía disfrutar los anuncios, campañas para prevenir el Dengue, una que otra musiquilla y claro está, las novelas que hacían ver el amor tan fácil y romántico.

-Pa´ mí ya no hay vuelta de hoja. ¿Pero quién dice que pa´ los chiquillos no pueda ser diferente? Quien quita y un día mis retoños puedan ir a la universidá y tener buenas amistades. ¡Y qué lindo que mis hijitas, todas hechas unas damas las inviten un día a tomar el té! Sepa Dios qué será eso de tomar el té, pero suena bien elegante. Tomar el té... meditaba Flora mientras hacía el oficio.

-¿Qué es esa maña que uno llega y no se oye más que esa chicharra de radio, no sé en qué momento le traje ese aparatejo. ¿Hay comida por lo menos Flora?

-Si Anselmo hay comida, los patios están barridos, los chanchos ya comieron y despaché las chiquillas a estudiar, usted cree que uno hace el oficio con las orejas. Acaso el radio me atrasa. Yo sé bien mis obligaciones.

-Deje la contestadera, o le reviento ese cucarachero contra el paredón. Además, ¿paqué manda a esas guilas a estudiar? Las mujeres son para la casa y los hombres se encargan de mantenerlas, esa es la ley de la vida. Y hablando de estudio de una vez se lo digo, no crea que cuando Aurora termine el sexto la vamos a mandar al colegio, eso es una vagabundería, solo van a aprender más mañas de la cuenta y mejor que me ayude en algo pa´ ganarme el jornal.

-No señor, con el jornal le ayudo yo, si es que no puede solo, pero Aurora saca su colegio a como dé lugar. Pero Anselmo, venga a comer, vea le hice las tortas de guevo con culantro coyote como le gusta a usté ¡y ha de crer que vino Digna con un poco de maíz! Esa vecina que usté dice que es tamaña potrancona. ¡Fíjese que hasta pa`cer tortillas me alcanzó el rato!

Flora Valle sabía cómo desviar la conversación y también sabía que la comida era el punto débil de su hombre. En varias ocasiones había empleado la misma estrategia y siempre le funcionaba. Y a veces se decía a sí misma:
¡Lo traigo en la bolsa del delantal!.

-¡Por Dios mujer esto está sabroso! ¿Qué le dio a Digna por hacer la visita si solo encerrada pasa?. Ve Flora, así es como debe estar la mujer, calladita y en su casa. ¡Tráigame otra tortilla! Venga siéntese a comer conmigo, deje eso pa´ más tarde. ¿Pa´ qué se apura tanto? De por sí en una casa no se hace mucho?

Fue en un turno donde se conocieron. Ya esa pareja estaba destinada. Ella trabajaba en una casa y la patrona había donado un maíz a la escuela para los tamales, pero eso sí, el trato era que Flora tenía que arreglar la masa porque mano como esa no había en todo el pueblo. Las cocineras trabajaban bajo el mando de Flora y ella les decidía cuánto ajo, culantro y manteca de chicharrón había que echarle a la masa. Hasta a los hombres que colaboraban en el turno, Flora les daba órdenes.

-Diay hombre ¿estas son horas de llegar? y espabílese ¿o no ve que está quebrando las hojas de plátano? Tráigalas rapidito a ver si al fin empezamos a enrollar los tamales, le decía Flora a Anselmo, visiblemente molesta.

-A no me joda, uno aquí sudándose la chaqueta y usted jugando de mandona, vaya pa´l carajo, a mí no me manda ninguna curtida. ¿Porqué mejor no las jué a traer usté que todo lo hace tan bien?

-Pues si señor, me enseñaron a que si las cosas no se hacen bien, mejor no hacelas. ¿No me diga que está de matón solo porque lo está viendo la gente? A mí eso no me impresiona, si no sabe tratar una hojas, menos podrá lidiar con una mujer, deme las hojas y quítese, mucho sirve el que no estorba. 

Continuará...

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